1 Aquel año el generalísimo de Sargón, rey de Asiria, fue mandado a Azoto; la atacó y se apoderó de esta ciudad. 2 Entonces Yavé habló por medio de Isaías, hijo de Amós. Le había dicho: «Te colgarás este saco de la cintura y te sacarás las sandalias de tus pies.» Isaías lo hizo así y andaba sin ropa y descalzo.
3 Luego dijo Yavé: «Mi siervo Isaías anduvo sin ropa y descalzo durante tres años, y esto fue una señal y anuncio para Egipto y Etiopía. 4 De la misma manera conducirá el rey de Asur a los cautivos de Egipto y a los desterrados de Etiopía. Jóvenes o viejos, los llevará desnudos, sin zapatos y con las nalgas al aire.»
5 Entonces habrá susto y vergüenza para quienes confiaban en Etiopía y se sentían seguros por Egipto. 6 Los habitantes de estas costas temblarán y dirán: «¡Miren lo que le ha ocurrido a aquel en quien confiábamos, y a quien acudíamos en busca de protección, para vernos seguros y libres del rey de Asiria! Y ahora, ¿cómo nos vamos a salvar nosotros?»
Resulta fácil imaginar el impacto de este gesto simbólico. Egipto era uno de los grandes de entonces. Frente a Asiria, que representaba más bien el poder militar, era el país más rico y de civilización más refinada. Los judíos contaban con Egipto y pedían su ayuda: carros y caballos. «¡Ay de aquel que confía en el hombre!» (Jer 17,5).