1 ¡Pobres de aquellos que bajan a Egipto, por si acaso consiguen ayuda!
Pues confían en la caballería, en los carros de guerra, que son numerosos, y en los jinetes, porque son valientes. ¿Por qué no hicieron caso del Santo de Israel y no consultaron a Yavé?
2 Porque él también es hábil en proporcionar desgracias, y no cambia su palabra. Se opondrá a la banda de los malvados y al socorro que esperaban los malos.
3 El egipcio es un hombre y no es Dios y sus caballos son carne, y no espíritu. Al primer golpe que Yavé les pegue, vacilará el protector y caerá quien buscaba protección; juntos perecerán.
4 Así me ha dicho Yavé:
«Cuando un león o su cachorro ruge sobre su presa y la defiende, por más que se junten los pastores y den voces, no les tiene miedo a sus gritos y su número no lo asusta. Así sucederá cuando Yavé de los Ejércitos baje a pelear sobre el cerro de Sión. 5 Yavé de los Ejércitos, como pájaro que vuela, protegerá a Jerusalén y la salvará, guardándola ilesa y liberándola.»
6 Hijos de Israel, vuelvan a aquel a quien tanto han traicionado. 7 En ese día cada uno de ellos tirará sus ídolos de plata o de oro, todos los ídolos que ustedes se han hecho.
8 Asur caerá sin intervención de hombre, una espada no de hombre lo devorará. El huirá ante esa espada, y sus jóvenes serán hechos prisioneros 9 Les entrará tanto miedo que huirán sin que nadie los detenga, y sus jefes, espantados, dejarán tirado el estandarte.
Esta es palabra de Yavé, cuyo fuego arde en Sión y su horno está en Jerusalén.
Este texto prolonga el poema 30,1 y presenta a los tres protagonistas del conflicto político. Hay dos «grandes» y, entre ellos, el pequeño pueblo judío que trata de sobrevivir. Los reyes llaman a Egipto contra Asiria y, después, a Asiria contra Egipto.
La enseñanza de Isaías es firme: antes de meterse en los peligrosos juegos políticos, que el rey sea justo y que el pueblo sea fiel a los mandamientos. Entonces todos podrán confiar en Dios, su Roca.