1 Así habla Yavé: ¿Acaso despedí a su madre? ¡Muéstrenme el certificado de divorcio! 2 O bien, ¿a quién debo yo dinero, y a quién los he vendido? Por culpa de sus pecados fueron vendidos y por sus infidelidades me divorcié de su madre.
¿Por qué, cuando llegué, no encontré a nadie, y cuando llamé, nadie me respondió? ¿Se me habrá acortado el brazo, que no alcanza a salvar, o será que ya no tengo fuerzas? Con un solo gesto dejo seco el mar y cambio los ríos en desiertos. Sus peces, sin agua, quedan en seco y mueren de sed. 3 Pinto a los cielos de negro y los visto de luto.
4 El Señor Yavé me ha concedido
el poder hablar como su discípulo.
Y ha puesto en mi boca las palabras
para fortalecer al que está aburrido.
A la mañana él despierta mi mente
y lo escucho como lo hacen los discípulos.
5 El Señor Yavé me ha abierto los oídos
y yo no me resistí ni me eché atrás.
6 He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban,
mis mejillas a quienes me tiraban la barba,
y no oculté mi rostro ante las injurias y los escupos.
7 El Señor Yavé está de mi parte,
y por eso no me molestan las ofensas;
por eso, puse mi cara dura como piedra.
y yo sé que no quedaré frustrado,
8 Aquí viene mi juez, ¿quieren meterme pleito?
Presentémonos juntos,
y si hay algún demandante, ¡que se acerque!
9 Si el Señor Yavé está de mi parte,
¿quién podrá condenarme?
Todos se harán tiras como un vestido gastado,
y la polilla se los comerá.
10 Quien de ustedes respeta a Yavé,
escuche la voz de su servidor.
El que camina a oscuras,
sin luz para alumbrarse,
que confíe en el Nombre de Yavé,
y que se apoye en su Dios.
11 Pero todos ustedes que encienden un fuego
y que forman un círculo con antorchas,
¡vayan a las llamas de su hoguera
y que sus antorchas los quemen!
Ustedes se revolverán en sus tormentos
y esto será la obra de mis manos.
«¿De quién habla el profeta, de sí mismo o de otro?» (He 8,34). Pues el servidor puede ser como en 49,1 la minoría fiel o tal vez el profeta mismo, o quién sabe, el Profeta que vendrá. El autor se niea a elegir entre «el» o «los» servidores.
Las mismas oposiciones les habían tocado a los anteriores profetas. Moisés había tenido que soportar a un pueblo rebelde; Jeremías había sido perseguido, encarcelado (Jer 20,7 y 37). A partir de esos ejemplos se dibuja la figura y la misión del perfecto servidor de Yavé. Este será Jesús, pero cada uno de sus profetas puede retomar todas estas palabras para sí.
Se notará el comienzo del poema. El siervo podrá transmitir la palabra y animar de parte de Dios, porque él mismo escucha cada mañana y tiene el oído abierto. Para sostener al que está cansado, hay que ser enseñado por Dios: el profeta verdadero es hombre de oración y dócil al Espíritu de Dios. «Nadie conoce los secretos de Dios sino su Espíritu y nosotros hemos recibido este Espíritu para conocer lo que viene de Dios» (1 Cor 2,11).