1 Acoge mis palabras, hijo, guarda mi enseñanza; 2 que tu oído se abra a la sabiduría, que tu corazón se doblegue a la verdad; 3 apela a la inteligencia y déjate guiar por la razón; 4 busca la sabiduría como el dinero, como un tesoro escondido: 5 entonces penetrarás en el temor de Yavé y hallarás el conocimiento de Dios.
6 Porque Yavé da la sabiduría, de su boca salen el saber y la verdad. 7 Él viene en ayuda de los hombres rectos, es un escudo para los que se mantienen íntegros. 8 Está alerta a lo largo del buen camino para proteger el caminar de sus fieles.
9 Entonces comprenderás lo que es justo y honrado, lo que es recto y conduce a la felicidad. 10 Entonces entrará la sabiduría en tu corazón y el saber será tu alegría. 11 La prudencia velará por ti, la reflexión será tu salvaguardia; 12 te mantendrán aparte de los caminos del mal y también del tramposo 13 que abandona los rectos senderos y se va por caminos oscuros; 14 que pone su alegría en hacer el mal y se complace en sus fechorías, 15 que van por caminos chuecos, por senderos que se pierden.
16 La sabiduría te protegerá de la mujer de otro, de la bella desconocida de palabras suaves, 17 que abandona al compañero de su juventud y olvida las alianzas de su Dios. 18 De su casa se salta a la muerte, sus senderos llevan derecho a la tumba. 19 Los que allá van no volverán, no reencontrarán el camino de la vida. 20 Pero tú irás por el camino de la gente honrada, seguirás los senderos de los justos. 21 Sepas que los buenos vivirán en el país, las personas íntegras permanecerán en él. 22 Los malos en cambio serán echados del país, los traidores serán expulsados.
La sabiduría de Dios protege a sus amantes contra las malas influencias. Ya no son paja llevada por cualquier viento, o en nuestro mundo, un número perdido en una masa, sometidos dócilmente a las presiones de los medios de comunicación o a los atractivos del consumo. Resisten al llamado de los alcohólicos o de los drogadictos, de la mujer liviana y de los compañeros poco escrupu losos.
La educación tiene dos fases. Comienza con la enseñanza del padre trasmitida al hijo, enseñanza que luego debe ser complementada con el propio aprendizaje, pensando y preguntando, buscando. El padre anima a su hijo a perseverar en su lucha por alcanzar la sabiduría. Entonces Dios entra en juego y otorga la sabiduría.
Cuando Dios otorga la sabiduría, otorga también su protección. De este modo se formarán personas honestas, conocedoras del derecho divino y con capacidad de ponerlo en práctica a pesar de las mil preocupaciones de la vida cotidiana y la oposición de la gente perversa.