1 ¡No a nosotros, Señor, nos des la gloria,
no a nosotros, sino a tu nombre,
llevado por tu amor, tu lealtad!
2 ¿Quieres que digan los paganos:
«¿Dónde está, pues, su Dios?»
3 Nuestro Dios está en los cielos,
él realiza todo lo que quiere.
4 Sus ídolos no son más que oro y plata,
una obra de la mano del hombre.
5 Tienen boca pero no hablan,
ojos, pero no ven ,
orejas, pero no oyen,
nariz, pero no huelen.
7 Tienen manos, mas no palpan,
pies, pero no andan,
ni un susurro sale de su garganta.
8 ¡Que sean como ellos los que los fabrican
y todos los que en ellos tienen confianza!
9 ¡Casa de Israel, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
10 ¡Casa de Aarón, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
11 ¡Los que temen al Señor, confíen en el Señor,
él es su socorro y su escudo!
12 El Señor no nos olvida, nos bendecirá:
bendecirá a la casa de Israel,
bendecirá a la casa de Aarón,
13 bendecirá a los que temen al Señor,
tanto a los pequeños como a los grandes.
14 Que el Señor los haga crecer
a ustedes y a sus hijos.
15 ¡Que el Señor los bendiga,
el que hizo los cielos y la tierra!
16 Los cielos son la morada del Señor,
mas dio la tierra a los hijos de Adán.
17 No son los muertos los que alaban al Señor,
ni todos los que bajan al Silencio,
18 mas nosotros, los vivos, bendecimos al Señor
desde ahora y para siempre.
Constantemente debemos denunciar los ídolos, tanto de la gente común como los de hombres que se pretenden libres de todo prejuicio. Aquí viene una reflexión del poeta P. Claudel:
«Bendito seas, Dios mío, que me libraste de los ídolos, y que hiciste que no adore sino a ti solo y no a Isis y Osiris, o la Justicia, el Progreso, la Verdad, la Divinidad, la Humanidad, las Leyes de la naturaleza, del Arte o de la Belleza. Y que no has permitido que existan todas estas cosas, que no son o que son el vacío dejado por tu ausencia. Sé que no eres Dios de los muertos, sino de los vivos.
¡Señor, te hallé! El que te halla, ya no tolera la muerte.»