1 Me puse alegre cuando me dijeron:
«¡Vamos a la casa del Señor!»
2 Ahora nuestros pasos se detienen
delante de tus puertas, Jerusalén.
3 Jerusalén, edificada cual ciudad
en que todo se funde en la unidad.
4 Allá suben las tribus,
las tribus del Señor, la asamblea de Israel,
para alabar el Nombre del Señor.
5 Pues allí están las cortes de justicia,
los ministerios de la casa de David.
6 Para Jerusalén pidan la paz:
«¡Que vivan tranquilos los que te aman!
7 ¡Que la paz guarde tus muros
y haya seguridad en tus palacios!»
8 Por mis hermanos y por mis amigos
quiero decir: «¡La paz esté contigo!»
9 Por la casa del Señor nuestro Dios,
pido para ti la felicidad.
El Templo era el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo; Jesús se encontró allí como en casa de su Padre. Desde hace siglos los peregrinos cristianos han caminado cientos o miles de kilómetros para llegar a esos lugares «centros del mundo» en donde Dios se ha ido manifestando: Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela, Lourdes, Fátima, Medjugorje... Es cierto que los «verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,21), pero siguen siendo personas de carne y hueso, y Dios a menudo los aguarda al final de una caminata, sin la cual los buenos propósitos quedarían sin fuerza.
Oración tanto del creyente que admira en la Iglesia la presencia de Dios como del que duda y busca caminos para creer.