1 Desde el abismo clamo a ti, Señor,
2 ¡Señor, escucha mi voz!
que tus oídos pongan atención
al clamor de mis súplicas!
3 Señor, si no te olvidas de las faltas,
Adonai, ¿quién podrá subsistir?
4 Pero de ti procede el perdón,
y así se te venera.
5 Espero, Señor, mi alma espera,
confío en tu palabra;
6 mi alma cuenta con el Señor,
más que con la aurora el centinela.
7 Como confía en la aurora el centinela,
así Israel confíe en el Señor;
porque junto al Señor está su bondad
y la abundancia de sus liberaciones,
8 y él liberará a Israel
de todas sus culpas.
Es la oración en una larga espera; años en una vida humana o tal vez generaciones en la vida de un pueblo. ¿Hemos perseverado ya veinte años en una misma súplica?
Espero en el Señor, confío en tu palabra. Eso, que era verdad para los judíos que esperaban una liberación, es válido también para nosotros: ¿hemos recibido y gozado de todo lo que Jesús nos prometió? Todo nos ha sido dado, pero lo tenemos que esperar. Así como el centinela aguarda la aurora, el creyente espera una venida de Cristo, la cual será aquello mismo que le ha sido concedido desear.