1 Dichoso el que es absuelto de pecado
y cuya culpa le ha sido borrada.
2 Dichoso el hombre aquel
a quien Dios no le nota culpa alguna
y en cuyo espíritu no se halla engaño.
3 Hasta que no lo confesaba,
se consumían mis huesos,
gimiendo todo el día.
4 Tu mano día y noche pesaba sobre mí,
mi corazón se transformó en rastrojo
en pleno calor del verano.
5 Te confesé mi pecado,
no te escondí mi culpa.
Yo dije:» Ante el Señor confesaré mi falta».
Y tú, tu perdonaste mi pecado,
condonaste mi deuda.
6 Por eso el varón santo te suplica
en la hora de la angustia.
Aunque las grandes aguas se desbordasen,
no lo podrán alcanzar.
7 Tú eres un refugio para mí,
me guardas en la prueba,
y me envuelves con tu salvación.
8 «Yo te voy a instruir, te enseñaré el camino,
te cuidaré, seré tu consejero.
9 No sean como el caballo o como el burro
faltos de inteligencia,
cuyo ímpetu dominas
con la rienda y el freno.»
10 Muchos son los dolores del impío,
pero al que confía en el Señor
lo envolverá la gracia.
11 Buenos, estén contentos en el Señor,
y ríanse de gusto;
todos los de recto corazón, canten alegres.
Es bueno dejar en claro que hay cosas que realmente no son faltas pero que pueden causar complejos de culpabilidad. Por otra parte, nada se gana negando la falta ni menos negando el pecado. En el lenguaje cristiano, el pecado significa que nos sentimos culpables no con respecto a una ley sino con respecto a alguien que nos ama.
Nuestra salud, en el más estricto sentido, depende de la calidad de nuestra relación con Dios; lo que el pecado ha destruido será restablecido solamente por la confianza en Dios que perdona a los humildes y a los arrepentidos. Cuando pidamos a Dios por la curación de un enfermo, no separemos la salud del cuerpo de la del alma. Es lo que expresa la siguiente oración del sacramento de los enfermos:
«Oh Jesús Redentor, sana, te lo rogamos, por la virtud del Espíritu Santo, la enfermedad que sufre este hombre, cura sus llagas; perdónale sus pecados, arroja todo lo que atormenta su cuerpo y su alma, devuélvele por piedad la salud corporal y espiritual para que, sanado por tu bondad, pueda de nuevo entregarse a sus ocupaciones.