2 Señor, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues si estás indignado.
3 Pues tus flechas en mí se han clavado, y tu mano se ha cargado sobre mí.
4 Nada quedó sano en mí por causa de tu ira, nada sano en mis huesos, después de mi pecado.
5 Mis culpas llegan más arriba de mi cabeza, pesan sobre mí más que un fardo pesado.
6 Mis llagas supuran y están fétidas, debido a mi locura.
7 Ando agobiado y encorvado, camino afligido todo el día.
8 Mi espalda arde de fiebre y en mi carne no queda nada sano.
9 Estoy paralizado y hecho pedazos, quisiera que mis quejas fueran rugidos.
10 Señor, ante ti están todos mis deseos, no se te ocultan mis gemidos.
11 Mi corazón palpita, las fuerzas se me van, y hasta me falta la luz de mis ojos.
12 Compañeros y amigos se apartan de mis llagas, mis familiares se quedan a distancia.
13 Los que esperan mi muerte hacen planes, me amenazan los que me desean lo peor, y rumian sus traiciones todo el día.
14 Pero yo, como si fuera sordo, no oigo; soy como un mudo que no abre la boca, 15 como un hombre que no entiende nada y que nada tiene que contestar.
16 Pues en ti, Señor, espero; tú, Señor mi Dios, responderás.
17 Yo dije: «Que no se rían de mí, ni canten victoria si vacilan mis pasos».
18 Ahora estoy a punto de caer, y mi dolor no se aparta de mí.
19 Sí, quiero confesar mi pecado, pues ando inquieto a causa de mi falta.
20 Son poderosos mis enemigos sin causa, incontables los que me odian sin razón.
21 Me devuelven mal por bien, y me condenan porque busco el bien.
22 ¡Señor, no me abandones, mi Dios, no te alejes de mí!
23 ¡Ven pronto a socorrerme, oh Señor, mi salvador!
Es el tercero de los salmos penitenciales (véase el Salmo 6). Mientras mayor sea nuestro pecado, mayor debe ser nuestra confianza en Dios.
Sí, quiero confesar mi pecado (19). El Antiguo Testamento no distinguía claramente entre el pecado y la desgracia: si uno estaba enfermo, si pasaba por pruebas, era seguramente porque tenía una deuda pendiente con Dios. En teoría, por supuesto, esto no es verdad; desconfiemos pues de esos sentimientos de culpa cuando nos va mal. Pero en la práctica, el enfermo es siempre un pecador, su fragilidad lo ayudará a reconocer su verdad. A continuación damos algunas líneas de una oración de Blas Pascal, que prolonga este salmo:
Señor, haz que tal como soy me conforme a tu voluntad, y que, estando enfermo como estoy, te glorifique en mis sufrimientos.
Sin ellos no puedo llegar a la gloria. Tú mismo, Salvador mío, no quisiste alcanzarla sino por ellos.
Por las cicatrices de tus sufrimientos te reconocieron tus discípulos; y por los sufrimientos tú reconoces también a los que son tus discípulos.
Reconóceme, pues, como tu discípulo en los males que sufro, tanto en mi cuerpo como en mi espíritu, por las ofensas que cometí.