2 ¡Cuando llamo, respóndeme, Dios mi defensor! En la angustia tú me has dado sosiego: ten compasión de mí y escucha mi oración.
3 ¿Hasta cuándo, señores, no querrán entender? ¿Por qué aman la falsedad y buscan la mentira? 4 Sepan que por mí maravillas hace el Señor, tan pronto como lo llamo, él me escucha. 5 Si tienen rabia, no se arriesguen, guárdenlo para ustedes, en la cama, y quédense luego callados.
6 Según la ley ofrezcan sacrificios y pongan su confianza en el Señor. 7 Muchos dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha? ¡Muéstranos, Señor, tu rostro alegre!»
8 Que rebosen de trigo y vino, más alegría das tú a mi corazón.
9 En paz me acuesto y en seguida me duermo, pues tú sólo, Señor, me das seguridad.
El estar agradecido por los favores recibidos nos lleva a pedir nuevamente; esta petición será más confiada; la confianza nos traerá la paz y la alegría en medio de las dificultades. El mal y la desgracia se presentan bajo diversas formas pero la oración nos dará siempre el consuelo. Este salmo es como una oración de la tarde.
A continuación ponemos la letra de otra oración de la tarde, un himno muy antiguo de la Iglesia oriental:
Alegre luz de la gloria santa e inmortal del Padre,
¡santo y bienaventurado Jesucristo!
Llegados a la hora de la puesta del sol, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios.
Tú eres digno en todo tiempo de ser alaba- do por voces santas.
¡Hijo de Dios que das la vida!