2 Escucha, oh Dios, mi voz cuando me quejo; me amenaza el enemigo, guarda mi vida; 3 escóndeme del complot de los malvados y de las maniobras de los criminales.
4 Afilaron sus lenguas como espada, tienen sus flechas, palabras de amenaza, 5 que tiran a ocultas contra el inocente, las lanzan de improviso y sin miedo.
6 Se animan entre sí para hacer el mal, estudian cómo disimular la trampa y dicen: «¿Quién verá 7 o quién descubrirá nuestros secretos?»
Los sacará a la luz el que escudriña el fondo del hombre, lo profundo del ser.
8 Pero Dios les lanza sus flechas, y se ven heridos de repente.
9 Sus propias palabras los hicieron caer y los que los ven los miran sin piedad.
10 Cada cual entonces empieza a temer, dice en voz alta que es obra de Dios, y comprende su acción.
11 El justo se alegrará en el Señor y en él confiará; se congratularán todos los de recto corazón.
Cada cual entonces empieza a temer (10). No menospreciemos el temor de Dios, a no ser que seamos de esos perfectos que son puro amor de Dios. No se educa a un niño sin corregirlo; los hombres, en su gran mayoría, no son ángeles, y necesitan experimentar que la justicia es efectiva. ¡Cuántas personas vieron cómo la justicia de Dios surgía en los países del Este de Europa! Pidamos que también surja en nuestro mundo occidental.