2 ¡Qué amables son tus moradas, Señor Sabaot!
3 Mi alma suspira y hasta languidece
por los atrios del Señor;
mi corazón y mi carne
gritan de alegría al Dios que vive.
4 Hasta el pajarillo encuentra casa,
y la alondra un nido, donde dejar sus polluelos:
cerca de tus altares, Señor Sabaot,
¡oh mi Rey y mi Dios!
5 Felices los que habitan en tu casa,
se quedarán allí para alabarte.
6 Dichosos los hombres cuya fuerza eres tú
y que gustan de subir hasta ti.
7 Al pasar por el valle de los Sauces,
beben allí de la fuente
ya bendecida por las primeras lluvias;
8 pasan por las murallas una a una,
hasta presentarse a Dios en Sión.
9 ¡Oh Señor, Dios Sabaot, escucha mi plegaria,
oye con atención, Dios de Jacob!
10 Mira, oh Dios, nuestro escudo,
contempla la cara de tu ungido.
11 Vale por mil un día en tus atrios,
y prefiero quedarme en el umbral,
delante de la casa de mi Dios
antes que compartir la casa del malvado.
12 El Señor es un baluarte y un escudo,
el Señor dará la gracia y la gloria
a los que marchan rectamente:
ninguna bendición les negará.
13 ¡Oh Señor Sabaot,
feliz el que confía en ti!
No dejemos de reavivar nuestro anhelo hacia la patria eterna, aun cuando nos alegramos de poder celebrar la eucaristía en nuestros templos.
Todo creyente es un peregrino en busca de la patria eterna. Siente la necesidad de unirse a las grandes procesiones y peregrinaciones en las que revive y se reafirma en conjunto la fe.
Felices los que habitan en tu casa: éstos son los sacerdotes y los levitas que aseguraban las celebraciones y los cantos.
Yo prefiero quedarme en el umbral, delante de la casa de mi Dios... Mejor dormir a la intemperie, en la esplanada, que ir a pedirle alojamiento a algún vecino de Jerusalén, tal vez orgulloso e incapaz de compartir la alegría del peregrino.