SOBICAIN

Centro Bíblico San Pablo

SOBICAIN / Centro Bíblico San Pablo

Biblia Latinoamérica

¿Por qué no han creído los judíos?

1 Quiero hablarles en Cristo; todo será verdad y no miento, tal como mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. 2 Siento una tristeza muy grande y una pena continua, 3 hasta el punto que de searía ser rechazado y alejado de Cristo en lugar de mis hermanos; me refiero a los de mi raza. 4 Ellos son los israelitas, a quienes Dios adoptó; entre ellos descansa su gloria con las alianzas, el don de la Ley, el culto y las promesas de Dios. 5 Suyos son los grandes antepasados, y Cristo es uno de ellos según la carne, el que como Dios está también por encima de todo. ¡Bendito sea por todos los siglos! Amén.

6 No quiero hablar de un fracaso de las promesas de Dios, porque no todos los israelitas son Israel, 7 como tampoco los descendientes de Abrahán eran todos hijos suyos. Pues le fue dicho: Los hijos de Isaac serán considerados tus descendientes.8 O sea, que no basta ser hijo suyo según la carne para ser hijo de Dios; la verdadera descendencia de Abrahán son los hijos que le han nacido a raíz de la promesa de Dios. 9 Y la promesa es ésta: Por este tiempo volveré y Sara tendrá ya un hijo.

10 Fíjense también en el caso de Rebeca, esposa de nuestro padre Isaac, que estaba esperando mellizos. 11 Como todavía no habían hecho ni bien ni mal, la elección de Dios era totalmente libre y todo dependía, 12 no de los méritos de alguno, sino de su propio llamado. Y fue entonces cuando se le dijo: El mayor servirá al más joven.13 La Escritura dice al respecto: Elegí a Jacob y rechacé a Esaú.

Dios no es injusto

14 ¿Diremos, entonces, que Dios es injusto? ¡Claro que no! 15 Dice sin embargo a Moisés: Seré misericordioso con quien quiera serlo y me compadeceré de quien quiera compadecerme. 16 Debemos concluir que lo importante no es querer, o llegar primero, sino que Dios tenga misericordia. 17 En la Escritura dice a Faraón: Te hice Faraón con el fin de manifestar en ti mi poder y para que toda la tierra conozca mi Nombre.18 Así que Dios usa de misericordia con quien quiera y endurece el corazón de quien quiere.

19 Tú me vas a decir: Dios no tiene por qué reprocharme, dado que nadie puede oponerse a su voluntad. 20 Pero, amigo, ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dirá la arcilla al que la modeló: Por qué me hiciste así? 21 ¿No dispone el alfarero de su barro y hace con el mismo barro una vasija preciosa o una para el menaje?

22 Dios ha aguantado con mucha paciencia vasijas que solamente merecían su ira y que después de hacerlas serían reducidas a pedazos; con ellas quería manifestar su justicia y dar a conocer su poder. 23 Asimismo quiere manifestar las riquezas de su gloria con otras vasijas, las vasijas de la misericordia, que ha preparado de antemano para la gloria. 24 Así nos ha llamado Dios, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos. 25 Lo dijo con el profeta Oseas: Llamaré “pueblo mío” al que no es mi pueblo, y “amada mía” a la que no es mi amada. 26 Así como se les dijo: “Ustedes no son mi pueblo”, serán llamados “hijos del Dios vivo”.

27 Respecto a Israel, Isaías dice sin vacilar: Aunque los hijos de Is rael fueran tan numerosos como la arena del mar, sólo un resto se salvará.28 El Señor lo hará en esta tierra sin fallar y sin demora.29 También Isaías anunció: Si el Señor de los Ejércitos no nos hubiera dejado alguna descendencia, seríamos como Sodoma, parecidos a Gomorra.

30 Entonces, ¿en qué quedamos? En que los paganos, que no buscaban el camino de “justicia”, lo encontraron (hablo de la “justicia” que es fruto de la fe). 31 Israel, en cambio, que buscaba en la Ley un camino de “justicia”, no alcanzó la finalidad de la Ley. ¿Y por qué? 32 Porque se ataba a las observancias y no a la fe. Y tropezaron con Aquel que es la piedra de tropiezo, 33 como está escrito: Mira que pongo en Sión una piedra para tropezar, una roca que hace caer, pero el que crea en él no será confundido.

  • Éxodo 32,32
  • Éxodo 4,22
  • Éxodo 19,5
  • Isaías 40,5
  • Segundo Libro de Samuel 7,14
  • Carta a los Efesios 2,12
  • Carta a los Romanos 1,3
  • Primera Carta de Juan 5,20
  • Carta a Tito 2,13
  • Números 23,19
  • Isaías 55,10
  • Carta a los Romanos 2,28
  • Evangelio según Mateo 3,9
  • Evangelio según Juan 8,39
  • Génesis 21,12
  • Primera Carta a los Corintios 10,18
  • Carta a los Gálatas 6,16
  • Génesis 18,10
  • Génesis 25,23
  • Primera Carta a los Tesalonicenses 1,4
  • Segunda Carta de Pedro 1,10
  • Malaquías 1,3
  • Deuteronomio 32,4
  • Éxodo 33,19
  • Carta a Tito 3,5
  • Carta a los Filipenses 3,12
  • Éxodo 9,12
  • Éxodo 4,21
  • Sabiduría 12,12
  • Job 11,7
  • Job 38,2
  • Jeremías 18,6
  • Isaías 29,16
  • Isaías 45,10
  • Carta a los Romanos 2,4
  • Carta a los Romanos 3,26
  • Carta a los Efesios 1,4
  • Carta a los Efesios 2,4
  • Oseas 1,9
  • Oseas 2,1
  • Isaías 6,13
  • Isaías 10,22
  • Sofonías 3,12
  • Isaías 1,9
  • Evangelio según Lucas 18,9
  • Isaías 28,16
  • Isaías 8,14
  • Evangelio según Lucas 2,34
  • Evangelio según Mateo 21,42
Rom 9,1

Pablo acaba de afirmar que Dios mueve todo lo que sea necesario para el bien de sus elegidos. Sin embargo tiene que reconocer una realidad particularmente dolorosa para él que es judío: que el pueblo judío no reconoció a su Salvador. Si era la nación elegida, ¿por qué tan pocos fueron «predestinados»?

Es la misma inquietud de las familias católicas cuando ven que sus hijos no van a la iglesia o cuando los adolescentes declaran que han perdido la fe.

Pero lo que ocurre es que la fe no se transmite de padres a hijos como una herencia. Hubo, es cierto, tiempos y sistemas culturales en los que todo un pueblo tenía la misma religión y compartía aparentemente la misma fe. El libro de los Hechos nos muestra en varias ocasiones cómo la conversión del padre de familia implicaba el bautismo de toda su casa: He 11,14; 16,33. Pero eso no impide que la fe sea siempre una gracia de Dios, y cuando personas que han adquirido su plena autonomía viven en un mundo con múltiples creencias, la fe no puede seguir siendo un bien de familia.

Rom 9,14

En este párrafo Pablo se adelanta a la objeción: ¿Si Dios llama al que quiere, nosotros somos realmente libres para creer?

Esto es y será siempre un misterio. Pablo no pretende explicarlo, sólo se contenta con reafirmar que Dios concede a quien él quiere la gracia de llegar a Cristo (véase Jn 6,44). Pero la experiencia de su propia conversión, en la que Dios se apoderó a la fuerza de su libertad, así como lo hizo con los grandes profetas, lo lleva a utilizar palabras muy fuertes y que parecen negar nuestra libertad, sobre todo el v. 22, que podría traducirse de un modo aún más duro del que hemos empleado: «si Dios soportó vasos merecedores de castigo, preparados para ser destruidos».

Al respecto se pueden hacer dos acotaciones:

Primera: Pablo utiliza textos del Antiguo Testamento, en los que Dios habla de salvar o destruir al pueblo de Israel (27), de amar a Israel dándole una hermosa tierra, y de dar una tierra mala al pueblo de Esaú o Edom (13), de endurecer la postura del Faraón para llevarlo al desastre. Son problemas de fracaso o de éxito históricos, y Pablo se sirve de esos textos para aclarar un hecho histórico, a saber, que el pueblo judío en su conjunto no reconoció a Cristo. De aquí no se pueden sacar rápidamente conclusiones respecto a la responsabilidad de los que creen o no creen. Y sólo contribuiría a aumentar la confusión, querer aplicar el texto a los que irán al cielo o a los que serán condenados, tal como lo hicieron algunos. Con toda seguridad Pablo no tenía esto en mente. Conocer a Cristo es una gracia que Dios da a quien él quiere, pero evidentemente otorga otras para que los hombres se salven aun sin conocer a Cristo. Y de hecho muchos han cometido el error de buscar aquí luces sobre el futuro que a cada cual nos espera, mientras Pablo trataba de aclarar otra cosa muy misteriosa: ¿por qué, en cierta época, unos pueblos se convierten a la fé, y después, los hijos de los creyentes abandonan masivamente el camino de Cristo?

Segunda acotación: Todos los oradores, incluso Pablo, forzarán a veces sus expresiones para enfatizar un punto, pero las van a rectificar en otro momento, mostrando otros aspectos de la realidad. Así que debemos considerar también otras palabras de la Escritura que restablecen el equilibrio. Si Dios nos llama a relaciones de amor y de fidelidad con él (Os 2,21), es justamente porque somos libres y responsables (Si 15,14). Si Dios hubiera destinado a alguien al infierno, ¿cómo podría llamarlo y pedirle que lleve una vida santa? Sería la más cruel de las bromas.

LA PREDESTINACION

No hay que confundir dos ideas muy diferentes sobre la Predestinación.

Cuando Pablo habla de predestinación, habla de un plan de Dios desde el comienzo. Fue entonces cuando Dios decidió hacer recaer sobre nosotros las riquezas del amor que tenía para su Hijo. Véase el comentario a Ef 1,5.

Era muy distinto en el siglo 16 para Lutero, Calvino y con ellos para muchos teólogos católicos. Pensaban que Dios había creado al hombre sin inquietarse por su posible pecado y sin prever la venida de Cristo. Como consecuencia de la caída de Adán, a la Justicia de Dios no le quedaba más que condenar al infierno a sus descendientes. Pero entonces había intervenido la Misericordia de Dios para salvar a algunos, enviando a Jesús. Se trataba de una predestinación después del pecado de Adán, a la que nadie podía escapar, ya fuera para salvarse o condenarse.

Cuando Pablo habla de predestinación, se vuelve hacia Dios para darle gracias. Ellos, en cambio, se replegaban sobre sí mismos, dudando de su propia salvación. ¿Los habría destinado Dios tal vez al infierno? Y Lutero trataba de escapar de esas angustias oponiendo al Dios terrible el Jesús misericordioso. No es pura casualidad que en la misma época, frente a una religión desesperada y desesperante, el Señor Jesús se haya manifestado repetidas veces para pedir que se honrara a su Sagrado Corazón, recordando así que en El todo es amor para nosotros. El Dios que nos ama no es sólo Jesús, sino también el Padre, quien nos ha predestinado, y que es tanto amor como su Hijo.

Precisemos, pues, lo que significa para un cristiano la predestinación:

— Para Dios, que está fuera del tiempo, no hay ni pasado ni futuro. El ve y determina al mismo tiempo el comienzo y el fin de cada uno de nosotros. Ninguna vida fracasa por negligencia de Dios (Rom 8,28), ni menos aún porque su amor no sea sincero (St 1,13). Nadie puede impedir que se cumpla su plan de salvación (Rom 8,37).

— La única razón por la cual Dios nos ha creado ha sido su deseo de colmarnos de todo su amor y de todas sus riquezas, haciéndonos sus hijos adoptivos: ver Ef 2,7; 1 Cor 2,9; 1 J 3,21 y los comentarios de Ef 1.

— Nuestra salvación es un don de Dios. Nadie puede creer si no es llamado: Rom 11,5. Nadie puede agradar a Dios si no es por gracia de Dios: Fil 2,13. Nadie puede vanagloriarse de sus méritos o exigir una recompensa de Dios: Ef 2,9; Fil 3,9.

— Dios nos provee de todo para que estemos abiertos a su acción. Los que se niegan a ser receptivos son los únicos responsables de su condenación. La Iglesia habla, pues, de predestinación para referirse a esta obra de salvación, pero nunca ha hablado de predestinación refiriéndose al infierno. Compárese Mt 25,34: el reino preparado «para ustedes» y 25,41: «el fuego preparado para el diablo».

Un resto se salvará. En vez de quejarse, los judíos que han creído en Jesús deberían agradecer a Dios el haber sido llamados. Dios salva al mundo sirviéndose de minorías, e incluso en el seno de la Iglesia, son bien pocos los que son totalmente consecuentes con el Evangelio, porque eso es también una gracia de Dios.

Pablo explica ahora por qué los judíos no alcanzaron la finalidad de la Ley (31): porque quisieron que se les reconociera sus propios méritos. Y en esto los imitamos a menudo, sintiéndonos seguros de nuestras buenas acciones y satisfechos de nuestra vida. Esta presunción nos impide reconocernos pecadores.

Se empeñan en construir su propia “justicia” (10,3). De igual modo muchos cristianos querrían acercarse a Dios con las manos llenas, cuando en realidad Cristo sólo los invita a recibir. Así, pues, venimos a los sacramentos, no porque seamos dignos de ellos, sino con las manos abiertas como mendigos.

La roca que hace caer (9,33): véase Is 8,14 y 28,16.

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