El Levítico está en el centro de los cinco libros que conforman la «Ley», corazón del Antiguo Testamento; debe su nombre al hecho de que se explaya de un modo especial sobre el ministerio de los sacerdotes levitas. La médula de este libro es la Ley de la Santidad, en la que se establece lo que el Dios Santo exige a su pueblo, el pueblo que tiene el honor de pertenecerle, con relación al culto y a toda su vida cotidiana.
Seremos también más comprensivos con estas leyes y reglas litúrgicas, propias de tiempos pasados, si tenemos presente que la santidad –en el sentido que la entiende la Biblia– es siempre de actualidad también para nosotros, pues es una de las claves del conocimiento de Dios y ayuda a comprender nuestra vocación como pueblo santo.
Nunca se dirá en demasía que Dios envuelve con su amor a toda la creación, que está presente en ella y en la vida de los pueblos y que está muy cerca de nosotros «en el secreto» (Mt 6,6). Tampoco hay que olvidar que Dios es «santo», total y completamente distinto de la creación, y que su personalidad misteriosa está infinitamente por encima de todo lo que podamos imaginar. Y nuestra misión, dado que hemos sido llamados a creer en su Hijo único, no puede confundirse con ninguno de los caminos de sabiduría que han conocido los hombres: Dios nos eligió para su obra «tan sorprendente y misteriosa».
Aunque actualmente no estamos obligados a esos numerosos preceptos litúrgicos o sociológicos de la Ley, las páginas del Levítico sin duda nos recordarán que hemos sido separados para ser un fermento en la sociedad.
El espíritu de la Ley no ha cambiado después de la revelación hecha a Moisés, que fue su fundamento, pero ciertamente sí se ha dado una gran evolución y abundantes adaptaciones. Los así llamados «libros de Moisés» han llegado hasta nosotros en el estado en que fueron definidos por los sacerdotes judíos tras su regreso del Destierro, en siglo V antes de Cristo.
En tiempos anteriores se había dejado sentir la influencia de los profetas que pedían una fe más dinámica, una toma de conciencia de las exigencias de justicia ya inscritas en la Alianza y una lucha contra las influencias extranjeras alienantes. Hablaban también de tiempos futuros que era necesario preparar. Pero tras el cautiverio de Babilonia, la necesidad de afirmar la propia identidad para hacer frente a las pruebas nacionales dio lugar en Israel a una corriente conservadora que se fue consolidando cada vez más. Muchos judíos se replegaron entonces en un conservantismo religioso hecho de ritos y tradiciones que más tarde Jesús condenaría severamente (Mt 23).
Pablo en sus cartas corrige a los creyentes que querían seguir con las costumbres y fiestas de los judíos (Col 2,16) y también a quienes veían en la palabra de Dios sobre todo leyes que se debían observar (Gál 3,1-7). Jesús invita a no perder el espíritu que inspiró esas leyes (Mt 5, 17-19).
El Levítico contiene tres grandes partes:
— Ley de los sacrificios, caps. 1-8.
— Ley referente a lo puro y lo impuro, caps. 11-15.
— Ley de la santidad, caps. 17-26.