1 Amo al Señor porque escucha
el clamor de mi plegaria;
2 Inclinó hacia mí su oído
el día en que lo llamé.
3 Me envolvían los lazos de la muerte,
estaba preso en las redes fatales,
me ahogaban la angustia y el pesar,
4 pero invoqué el nombre del Señor:
«¡Ay, Señor, salva mi vida!»
5 El Señor es muy bueno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
6 El Señor cuida de los pequeños,
estaba débil y me salvó.
7 Alma mía, vuelve a tu descanso,
que el Señor cuida de ti.
8 Ha librado mi alma de la muerte,
de lágrimas mis ojos
y mis pies de dar un paso en falso.
9 Caminaré en presencia del Señor
en la tierra de los vivos.
10 Tenía fe, aun cuando me decía:
«Realmente yo soy un desdichado».
11 Pensaba en medio de mi confusión:
«¡Todo hombre decepciona!»
12 ¿Cómo le devolveré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
13 Alzaré la copa por una salvación
e invocaré el nombre del Señor;
14 cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo.
15 Tiene un precio a los ojos del Señor
la muerte de sus fieles:
16 «¡Mira, Señor, que soy tu servidor,
tu servidor y el hijo de tu esclava:
tú has roto mis cadenas!»
17 Te ofreceré el sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre del Señor.
18 Cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo,
19 en los atrios de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.
Jesús rezó este salmo al empezar su pasión. Varias palabras de estos versos pasan a tener un nuevo sentido si las relacionamos con él: amo al Señor; me salvó de la muerte; levantaré la copa de la salvación; es preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus fieles.
La misa es el recuerdo del sacrificio de Cristo y se llama Eucaristía, o sea, Acción de Gracias. A continuación presentamos una de las oraciones que acompañaban su celebración en la Iglesia primitiva y está en el libro de la Didaqué:
Como este pan troceado, en otro tiempo diseminado por los cerros, fue recogido para formar un solo todo, que así también tu Iglesia sea congregada de los confines de la tierra en tu reino.
¡Gloria a ti por los siglos!
Te damos gracias, Padre Santo, por tu santo Nombre, que has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos revelaste por Jesús, tu servidor.
Tú eres Maestro todopoderoso, que nos creaste para alabanza de tu Nombre, que diste a los hombres el alimento y la bebida, para su agrado, para que te den gracias. Pero tú nos has concedido un alimento y una bebida espirituales y de vida eterna por medio de tu Servidor Jesús. Ante todo, te damos gracias por tu poder.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia; líbrala de todo mal, hazla perfecta en amor a ti. De los cuatro puntos cardinales reúne a tu Iglesia santa en el reino que tú le has preparado.
Gloria a ti por los siglos. ¡Amén!