1 Si el Señor no construye la casa
en vano trabajan los albañiles;
si el Señor no protege la ciudad,
en vano vigila el centinela.
2 En vano te levantas tan temprano
y te acuestas tan tarde,
y con tanto sudor comes tu pan:
él lo da a sus amigos mientras duermen.
3 Un regalo del Señor son los hijos,
recompensa, el fruto de las entrañas.
4 Como flechas en manos del guerrero
son los hijos de la juventud.
5 Feliz el hombre que con tales flechas
ha llenado su aljaba,
cuando a la puerta vayan a litigar,
sus contrarios no los harán callar.
En un mundo que busca su independencia económica y su acceso a la cultura, sería bueno rezarlo para fortalecer nuestra esperanza y estimular nuestros esfuerzos perseverantes.
El creyente vive su vida de cada día.
No elimina el tiempo de la oración, de la convivencia familiar, de la participación en la comunidad cristiana, ni gasta su salud acumulando horas de trabajo. Sabe que las familias que tienen más entradas no son siempre las que mejor llegan al fin del mes, y que el hogar más adinerado no es donde se vive más feliz. El Padre nos pide que trabajemos, pero también nos impuso la ley del descanso.
Un regalo del Señor son sus hijos. La Biblia no olvida que cada uno de nosotros lo ha recibido todo de su familia y de su pueblo; no transmitir vida y educación a una nueva generación es no pagar su deuda pendiente, pero también es enajenar su propio destino.
Todo esto vale también en la labor apostólica.