2 Te alabaré, Señor, porque me has levantado y muy poco se han reído mis contrarios.
3 Señor, Dios mío, clamé a ti y tu me sanaste.
4 Señor, me has sacado de la tumba, me iba a la fosa y me has devuelto a la vida.
5 Que sus fieles canten al Señor, y den gracias a su Nombre santo.
6 Porque su enojo dura unos momentos, y su bondad toda una vida.
Al caer la tarde nos visita el llanto, pero a la mañana es un grito de alegría.
7 Cuando me iba bien, decía entre mí: «Nada jamás me perturbará».
8 Por tu favor, Señor, yo me mantenía como plantado en montes poderosos; apenas escondiste tu rostro, vacilé.
9 A ti clamé, Señor, a mi Dios supliqué.
10 «¿Qué ganas si me muero y me bajan al hoyo? ¿Podrá cantar el polvo tu alabanza o pregonar tu fidelidad?
11 ¡Escúchame, Señor, y ten piedad de mí; sé, Señor, mi socorro!
12 Tu has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me ceñiste de alegría.
13 Así mi corazón te cantará sin callarse jamás. ¡Señor, mi Dios, por siempre te alabaré!
El verso 10 evoca lo que se había convertido en un escándalo para los creyentes: ¿era posible que los muertos fueran para siempre al mundo subterráneo (que se llamaba Sheol) y que Dios, siempre fiel, los hubiera olvidado?