2 Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
3 Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
4 Aquí estoy sumamente perturbado, y tú, Señor, ¿hasta cuándo?...
5 Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.
6 Pues, ¿quién se acordará de ti entre los muertos? ¿Quién te alabará donde reina la muerte?
7 Extenuado estoy de tanto gemir, cada noche empapo mi cama y con mis lágrimas inundo mi lecho.
8 Mis ojos se consumen de tristeza, he envejecido al ver tantos enemigos.
9 Aléjense de mí, ustedes malvados, porque el Señor oyó la voz de mi llanto.
10 El Señor atendió mi súplica, el Señor recogió mi oración.
11 ¡Que todos mis contrarios se confundan, y no puedan reponerse, que en un instante se aparten, llenos de vergüenza!
Este es el primero de los llamados «siete salmos penitenciales»: Sal 6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143. Este salmo es la oración de un enfermo. Mientras pide que quede libre de la enfermedad, reafirma su confianza inquebrantable y su voluntad de no transar con el mal.
v. 6. Se trata del «Sheol» o mundo de abajo, adonde, según la antigua creencia de los hebreos, iban a parar los muertos.