2 Oh Dios, sálvame, que las aguas me llegan hasta el cuello.
3 Me estoy hundiendo en un cieno profundo, y no hay dónde apoyarme.
Me vi arrastrado a profundas aguas y las olas me cubren.
4 Me agoto de gritar, me arde la garganta, y mis ojos se cansan de esperar a mi Dios.
5 Más que los cabellos de mi cabeza son los que me odian sin motivo.
Son más fuertes que yo los que con calumnias me persiguen.
¿Cómo devolveré lo que no he robado?
6 Tú sabes, oh Dios, si me he extraviado, pues no te están escondidos mis errores.
7 No avergüences por mí a los que en ti esperan, Señor, Dios Sabaot, ni humilles por causa mía a los que te buscan, oh Dios de Israel.
8 Por ti fue que soporté el insulto, y la vergüenza me cubrió la cara; 9 me volví como un extraño a mis hermanos, un desconocido para los hijos de mi madre.
10 El celo por tu casa me devora, los insultos de los que te insultan recaen sobre mí.
11 Si me aflijo con ayunos, eso me vale insultos; 12 si me visto de saco, ellos se burlan de mí.
13 Se ríen de mí los que se sientan en la plaza, y a los bebedores doy un tema de canción.
14 Pero a ti, oh Dios, sube mi oración, sea ése el día de tu favor.
Según tu gran bondad, oh Dios, respóndeme, sálvame tú que eres fiel.
15 Sácame del barro, que no me hunda; líbrame del vértigo del agua profunda.
16 Que las olas no me sumerjan, ni me trague el torbellino ni el pozo cierre sobre mí su boca.
17 Respóndeme, Señor, pues tu amor es bondad, vuélvete hacia mí por tu gran misericordia.
18 No escondas a tu siervo tu rostro, me siento angustiado, respóndeme pronto.
19 Ven, acércate a mí y rescátame, líbrame de tantos enemigos.
20 Tú conoces mi humillación, mis adversarios están todos a tu vista.
21 Tanta ofensa me ha partido el corazón, mi vergüenza y confusión son irremediables.
Esperé compasión, pero fue en vano, alguien que me consolara, y no lo hallé.
22 En mi comida me echaron veneno, y para la sed me dieron vinagre.
23 Que un traidor los invite a cenar, y se vuelva una trampa su banquete.
24 Que pierdan la vista y queden a ciegas, que siempre caminen encorvados.
25 Arroja sobre ellos tu furor, que los alcance el fuego de tu ira.
26 Que su propiedad quede devastada y sus carpas sin habitantes, 27 porque persiguieron al que tú heriste y aumentaron los dolores de tu víctima.
28 Impútales falta tras falta y que de ellas nunca se libren; 29 sean borrados del libro de los vivos, no sean inscritos en la lista de los justos.
30 ¡Pero a mí, humillado y afligido, que me levante, oh Dios, tu ayuda!
31 Celebraré con un canto el nombre de Dios, proclamaré sus grandezas, le daré gracias.
32 Esto le agradará al Señor más que una víctima, más que un ternero con cuernos y pezuñas.
33 Vean esto, los humildes, y regocíjense.
¡Reanímense, los que buscan al Señor!
34 Pues el Señor escucha a los pobres, no desdeña a los suyos prisioneros.
35 Que lo aclamen los cielos y la tierra, los mares y cuanto bulle en su interior.
36 Pues Dios salvará a Sión y reconstruirá las ciudades de Judá: allí habrá de nuevo casas y propiedades.
37 Los hijos de sus siervos serán los herederos, y allí morarán los que aman su Nombre.
Es la oración de uno de esos fieles que, sin duda, no sería tanto blanco de burlas y afrentas si no fuera conocido como un cristiano. El celo por tu casa me devora, los insultos de los que te insultan recaen sobre mí (véase Jn 2,17). No nos apresuremos en pensar que si somos perseguidos es porque somos creyentes; pero Jesús dijo que esto tenía que suceder. La humillación, muchas veces justificada, acompañará a las gracias y a la gloria que Dios da a sus hijos.