2 Dígnate, oh Dios, librarme; apresúrate, Señor, en socorrerme.
3 Queden avergonzados y humillados los que buscan mi muerte.
Que retrocedan, confundidos, los que se alegran con mi desgracia.
4 Que se escondan de vergüenza los que dicen: «¡Esta vez lo pillamos!»
5 Pero que en ti se alegren y regocijen todos los que te buscan; y los que esperan tu salvación repetirán: «¡El Señor ha sido grande!»
6 Tú ves cuán pobre soy y desdichado, oh Dios, ven a salvarme.
¡Tú eres mi socorro, mi liberador, Señor, no tardes más!
Este salmo es casi una repetición del salmo 40, versículos 14-18; aquí el Señor es reemplazado por Dios. Esto se debe a que, antes de ser incluidos en la Biblia, los salmos circulaban en diferentes colecciones, algunas de las cuales preferían no nombrar a Yahvé (que traducimos aquí con: El Señor).