2 Señor, has sido bueno con tu tierra:
hiciste volver a los cautivos de Jacob.
3 Suprimiste la deuda de tu pueblo,
perdonaste totalmente su pecado.
4 Depusiste todo tu furor,
y volviste del ardor de tu cólera.
5 Restablécenos, Dios, salvador nuestro,
pon fin a tu resentimiento con nosotros.
6 ¿Estarás siempre irritado con nosotros,
de edad en edad proseguirá tu cólera?
7 ¿No volverás, acaso, a darnos vida
para que tu pueblo en ti se regocije?
8 ¡Haz, Señor, que veamos tu bondad
y danos tu salvación!
9 Quiero escuchar lo que dice el Señor,
pues Dios habla de paz
a su pueblo y a sus servidores,
con tal que en su locura no recaigan.
10 «Cerca está su salvación de los que le temen
y habitará su Gloria en nuestra tierra.
11 La Gracia y la Verdad se han encontrado,
la Justicia y la Paz se han abrazado;
12 de la tierra está brotando la verdad,
y del cielo se asoma la justicia.
13 El Señor mismo dará la felicidad,
y dará sus frutos nuestra tierra.
14 La rectitud andará delante de él,
la paz irá siguiendo sus pisadas.»
Este salmo, compuesto al volver el pueblo israelita de la cautividad de Babilonia, está lleno de las palabras más fundamentales y universales que hay en el vocabulario humano: libertad, vida, gozo, salvación, amor, justicia, paz, felicidad.
Sin embargo, la vuelta de los judíos desterrados era solamente un paso más hacia la verdadera liberación. Nada es definitivo, y cada etapa de la realización del plan de Dios es figura de otra etapa. El pueblo de Dios está siempre en marcha hacia adelante.
Aun el presente reino de Cristo resucitado y la obra de salvación que cumple por medio de su Iglesia, no es más que el esbozo del reino eterno, cuando el hombre esté definitivamente liberado del pecado, del sufrimiento y la muerte, totalmente reconciliado consigo mismo, con la naturaleza y con los demás hombres, cuando Dios sea «todo en todos».
Nuestra tierra es amada por Dios. Por más que nos desconcierten y nos desanimen tantas cosas feas, injusticias y violencias que suceden en el mundo, tenemos que volver a repetir las afirmaciones de este salmo: ¡qué bueno has sido, Señor, con tu tierra! Dios se ha asomado hacia nosotros.
La salvación viene de Dios, pero se realiza por un hombre en carne y hueso, Cristo, acogido libremente por una mujer en nombre de toda la humanidad. Desde la encarnación no se puede creer en Dios sin tener confianza en el hombre; no se puede amar a Dios sin amar al hombre y a todo lo que se relaciona con la vida del hombre.