2 ¡Dios mío, líbrame de mis enemigos, protégeme de mis agresores; 3 líbrame de los que hacen la maldad, sálvame de los hombres criminales!
4 Mira cómo acechan a mi vida, cuántos poderosos se juntan contra mí.
Señor, en mí no hay crimen ni pecado, 5 pero sin falta mía acuden y se aprestan.
Despiértate, ven a mi encuentro y mira.
6 Señor, Dios Sabaot, Dios de Israel, despiértate, castiga a esos paganos, sé inclemente con todos esos renegados.
7 Vuelven de tarde, ladran como perros, andan dando vueltas por la ciudad.
8 A toda boca dicen barbaridades, de sus labios salen como espadas: «¡Escuche Dios, si puede!»
9 Pero tú, Señor, te burlas de ellos, te ríes de esos incrédulos.
10 Oh tú, mi fuerza, hacia ti miro, pues Dios es mi ciudadela.
11 Si mi Dios viene a mí en su bondad, me hará ver la pérdida de los que me espían.
12 Oh Dios, ordena su masacre, pues tu pueblo no debe olvidarlo.
Tú, tan valiente, persíguelos y mátalos, oh Señor, nuestro escudo.
13 No hay palabra de sus labios que en su boca no sea pecado.
Quedarán atrapados en su orgullo, en los insultos y mentiras que pronuncian.
14 En tu furor aplástalos, destrúyelos y que ya no existan más.
Entonces se sabrá que Dios reina en Jacob y hasta los confines de la tierra.
15 Que a la tarde regresen, que ladren como perros, que anden dando vueltas por la ciudad 16 a la caza de algo que comer y que gruñan si no se repletan.
17 Pero yo cantaré tu poder, y desde la mañana contaré tus bondades; porque tú has sido para mí una ciudadela y mi refugio en el día de la angustia.
18 Oh fuerza mía, yo quiero cantarte; mi Bastión es un Dios siempre bueno conmigo.
La ciudad está en manos de los violentos. ¿Está Dios lejos de los barrios peligrosos? ¿No hace nada? ¿No hay oración ni testimonio que pueda removerlos?