3 Oh Dios, nos rechazaste, nos hiciste pedazos, tú estabas enojado, pero vuelve a nosotros.
4 Sacudiste la tierra, la partiste; repara sus grietas, pues se hunde.
5 Impusiste a tu pueblo duras pruebas, nos diste a beber vino embriagante.
6 Portabas la bandera de los que te temen, pero la pusiste detrás para que huyeran del arco.
7 Libera ahora a los que tú amas, sálvanos con tu diestra y respóndenos.
8 Dios ha hablado en su santuario: «Salto de gozo, voy a repartir Siquem y a lotear el valle de Sucot.
9 Míos serán Galaad y Manasés, Efraín será el casco de mi cabeza, Judá será mi bastón de mando.
10 Moab será la vasija en que me lavo; a Edom le lanzo mi sandalia, y oyen mi grito de guerra los filis teos.»
11 ¿Quién me guiará hasta la ciudad fuerte? ¿quién me conducirá hasta Edom?
12 ¿Quién sino tú, oh Dios, que nos rechazaste y que no sales más con nuestras tropas?
13 Danos tu ayuda contra el enemigo, pues de nada sirve la ayuda del hombre.
14 Junto con Dios haremos maravillas, él pisoteará a nuestros adversarios.
A lo mejor nos cuesta comprender este salmo. El pueblo ha sido humillado y le dice a Dios sin rodeos que fue por culpa de El. Pero, en seguida, en el Templo, un sacerdote o un profeta proclama una palabra de Dios reconfortante: el Señor va a ir a la guerra; sus armas serán las tribus de Israel: Galaad, Efraín, Judá... y pisoteará a los países vecinos de Edom y Moab.